Selección de Fotos (25-Mar-10)

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Un concierto con gusto a despedida

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Cuando nadie lo esperaba, B.B. King sacó un enorme reloj de pared de debajo del asiento y lo mostró mientras explicaba. "No es que esté cansado, simplemente me han puesto un plazo para tocar y ya me he pasado de la hora." Y señaló con un enorme sonrisa las agujas que marcaban una hora improbable. Detrás de la humorada -que no fue la única en una noche en la que abundó el buen humor- acechaba una verdad puesta en escena tras la clave de lo que ha sido su marca de estilo y seguramente la palabra más repetida de la noche: "diversión". Ese fue el signo que convocó a un Luna Park que se llenó a bote en lo que todos intuían como el último adiós sin melancolías a un músico que estableció raros vínculos con la Argentina.

El más evidente y copiosamente aludido durante el concierto, fue su amistad con Pappo ("estaría contento, si no fuera por la ausencia de mi amigo"), cuyas continuas menciones fueron siempre saludadas por un público dispuesto a la ovación permanente, por otra parte fomentada con entusiasmo y gestos desde el escenario.

Es notable la devoción que conquista este blusero, cuya propuesta estuvo siempre más cerca del boggie y del rock que de las tradiciones más melancólicas del blues, como quedó demostrado en su versión de Every Day I Have the Blues, cantada y tocada con una marcada inflexión rítmica y sin dar lugar a las tristezas que sugiere la letra. Y es claro que esa devoción -incansable, gozosa- generó el espacio que precisaba B.B. King para transformar un recital en una ceremonia de despedida. Fue mucho lo que habló, fueron muchas las alusiones a sus 84 años, quedó en claro que piensa que el tiempo de las giras ha llegado a su fin y que no importa tanto lo que diga la música sino la corriente que pueda establecerse entre espectadores y artista.

En función de esa comunicación el despliegue es permanente, desde el mismo ingreso de B.B. King: con un saco de colores sobre un chaleco dorado, con las solapas llenas de medallas, antes de sentarse en la silla de la que no habrá de levantarse nunca, lanza uñas al público con rostro entre impasible y amenazante.

Antes de eso, una banda de efectivos veteranos -en la que se destacan el bajista Reginald Richards y el baterista Anthony Coleman- había tocado una extensa introducción que sonó a una bluseada fanfarria para anunciar la llegada del gran prócer de la noche. Como una especie de muestra de los músicos antes de que el protagonismo excluyente de King se quedara con todas las miradas y las escuchas.

Tampoco hubo demasiada presencia de la mítica Lucille -su guitarra- y sólo muy de vez en cuando aparecieron esos punteos al borde lo imposible que le ganaron un lugar en el universo de los guitarristas. El B.B. King de aquella noche prefirió cantar antes que tocar y poner al público a sus pies sabiéndolo seducido de antemano. Para redondear esa actitud, promediando el recital, armó una especie de set con el bajo, la segunda guitarra y la batería, que tuvo por primeras destinatarias a las mujeres (con besos al micrófono incluidos) con el tema You are my sunshine, y luego, con mucho menos entusiasmo, encaró Rock me baby para los varones. Todo pidiendo a los asistentes que cantaran con él, exigiendo más compromiso cuando las voces sonaban débiles e intercambiando amenazas con sus músicos ("tengo un cuchillo por si no tocan como les digo").

La despedida fue planteada como un homenaje a Nueva Orleáns -a la que encontró familiar en muchos aspectos a Buenos Aires- y a Louis Armstrong. Pero se podría pensar que Los santos vienen marchando, con esa imaginación de un paraíso en perpetuo movimiento, fue lo que desea para sí mismo un artista que eligió decir adiós con una carcajada y a pura diversión.

Fuente: http://www.clarin.com/diario/2010/03/26/espectaculos/c-02167078.htm

BB King, el rey eterno

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"Sí, tengo 84 años, pero no estoy muerto", bromea con el público. Su voz resuena en un Luna Park perplejo ante este mito viviente. Vestido con un llamativo saco de varios colores y corbata de moño, acaricia las cuerdas de Lucille, su guitarra. Es el rey eterno, el dueño del blues. Es BB King que, después de doce años, volvió a visitar la Argentina.

"Estoy muy contento de volver a la Argentina, aunque estoy muy triste porque extraño a mi amigo", fueron las primeras palabras que Riley B. King, su verdadero nombre, pronunció al comienzo del show. Su amigo era nada menos que Norberto Napolitano, Pappo, el ícono del blues local, que tocó muchas veces con su par norteamericano.

Con ocho músicos que lo acompañaban en el escenario, BB King le dedicó varios temas a Pappo. Pero también, y haciendo gala de su típica caballerosidad, cantó a las mujeres. "A veces me dan ganas de tirar la guitarra y salir corriendo a perseguir a los hombres que hablan mal de las mujeres", decía a manera de introducción de una brillante versión de "You are my sunshine".

A pesar de sus 84 años, no paró ni un segundo de entretener al público. "Sé que mi inglés es muy malo, pero mi castellano es peor", ironizaba. Pero, aunque hablara en otro idioma, el público lo seguía, reía con él, cantaba con él y, sobre todo, disfrutaba del lujo de poder presenciar el show de este astro que sigue haciendo honor a su trono.

El camino al éxito

BB King nació en 1925 en Itta Bena, Misisipi, Estados Unidos. Gran parte de su adolescencia la pasó trabajando en los campos de algodón, en una época donde el racismo estaba a la orden del día y la vida de la comunidad negra era muy dura.

Comenzó a acercarse a la música de la mano del Gospel, en las iglesias del sur norteamericano. Pero de a poco se fue enamorando del blues y, a pesar de que este estilo era en aquel momento música racial y, por lo tanto, ampliar el público era una misión casi imposible, siguió fiel a su estilo.

Con los años y en parte gracias a la influencia de su primo el blusero Bukka White, y en otra gran parte debido a su voluntad y su capacidad autodidacta, el Street Boy Blues, de donde vendría luego su apodo, fue creando un estilo único, caracterizado por la idea de que "cada nota cuenta" dentro del fraseo y el vibrato con la mano izquierda, modalidad que tomó prestada de músicos como Blind Lemon Jefferson y T-Bone Walter y que luego sirvió de modelo a guitarristas de la talla de Eric Clapton y George Harrison.

Desde la década del 50, BB King inició sus giras en autocar con toda la banda a cuestas. Y desde ese momento, nunca se alejó la música, ni siquiera cuando algún obstáculo se le cruzaba en el camino. Cuenta su biografía que una vez, luego de un accidente de tránsito, tuvieron que darle varios puntos en el brazo derecho. Para no cancelar el show de esa noche, se presentó ante su público y tocó todo el tiempo golpeando las cuerdas con la mano izquierda.

Su compañera de aventuras fue Lucille, o todas las Lucille que son parte de sus vidas. Así es como llama a sus guitarras. El nombre surgió una noche en que tocaba en un bar. Dos hombres entablaron una pelea y al tirar una lámpara el lugar comenzó a incendiarse. Todos lograron salir ilesos, pero cuando BB King se percató de que su guitarra había quedado adentro del local, arriesgó su vida y cruzó las llamas para salvarla.

Luego se enteró que la pelea entre los causantes del incendio había sido originada por una mujer llamada Lucille. De ahí en más, todas sus guitarras llevarían ese nombre.

Su talento atravesó décadas y hasta el día de hoy, como se podía apreciar anoche en el show del Luna Park, sigue encantando al público más variado. Es que este rey, que según la revista Rolling Stone ocupa el tercer puesto entre los guitarristas más grandes de todos los tiempos (después de Jimi Hendrix y Duane Allman), no se pasa de moda.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1247135

Pasó el último de los grandes bluesmen

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A los 84 años, B.B. King se encuentra en estado de Buda. Le cuesta moverse, toca sentado, se le traban un poco esos dedos todavía curtidos de la cosecha de algodón de cuando era un infante solo por la vida, pero el espíritu le brilla como una supernova. Es un venerable anciano y a la vez un niño que juega con la música y con la gente. Hacía mucho tiempo que no venía a la Argentina con su espectáculo de blues, boogies y standards; su banda tampoco es la misma. Pero en esencia, el tiempo parece no haber pasado: B.B. King emana un estado de gracia que se derrama como bálsamo sobre una audiencia que, poco más, come de su mano.

“Damas: díganles a los caballeros que tengo 84 años... ¡pero que no estoy muerto!”, exclama casi al final de todo. Su recital del miércoles en el Luna Park fue una prueba de vitalidad; esa voz de león ruge como en los mejores tiempos, sin perder sentimiento, afinación ni potencia, y su querida guitarra Lucille, a la que llenó de besos, todavía puede cantar los blues como ninguna otra. El show de B.B. King transitó la vieja rutina que este hombre viene amasando desde las épocas en que el rock and roll no existía; pero el truco, su truco, es hacer que cada show, aunque sea igual, se sienta especial. B.B. King tiene una relación directa con la audiencia; responde a los gritos de la popular, tiene el ojo atento a la platea, y habla en dirección al pullman. Ya en la primera intervención, en la que agradeció la asistencia (como buen “gentleman”), aclaró que estaba contento de volver pero “triste porque extraño a un amigo”. No tuvo siquiera que mencionarlo para que el público se pusiera de pie y ovacionara a Pappo, que se convertiría en una referencia a lo largo del show: B.B. King, en un momento, le dirá “my Pappo”, y en otro recordará que siempre le pedía una canción: “Sweet Little Angel”, uno de esos blues que B.B. King interpreta desde eras muy lejanas. Ahí hay un punto: debe haber tocado miles de veces su colosal “The Thrill Is Gone”, pero siempre logra que suene nueva. Como lo hizo el miércoles.

B.B. King interactúa con su audiencia, pero también con sus músicos, y logra una de las misiones que los bluesman han entendido como pocos: la de entretener. No se trata sólo de conmover con sus blues, o de desatar la euforia con un buen boogie, sino también de hacer que la gente pase un rato divertido, con los problemas esperando sentados en la vereda del Luna Park. En eso, como en tantas otras cosas, B.B. King es un maestro; sin dominar el idioma (“mi inglés es malo, pero mi castellano es peor”, reflexionará) y a través de los infinitos gestos de su cara, logra comunicarse sin problemas. Hay un zumbido en el amplificador que lo tortura, pero eso no lo detiene ni lo distrae más de lo necesario. Sabe que el show debe seguir, y también sabe que seguirá sin él. De hecho, ayer comenzó a despedirse anunciando que éstos son sus últimos shows en América del Sur. El hombre es consciente de su mortalidad y, lejos de eludirla, la encara como en el magistral “See my Grave is Kept Clean” (“Cuidá que mi tumba esté limpia”, genial tema de Blind Lemon Jefferson). Pero, como dice, es viejo pero no está muerto.

B.B. King es el último de los grandes bluesmen que queda sobre el planeta; una raza de hombres que refinó durante un siglo el antiguo arte de interpretar los blues. Al igual que Louis Armstrong con el jazz, B.B.King ha sido un embajador del blues y logró popularizar el género en todo el mundo. Una misión que sigue cumpliendo con gracia y estilo inimitables.

Polémicas y dedicatorias

Para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. B.B. King les dedicó un tema a las mujeres presentes, el blues “All Over Again”. Y aprovechó para deslizar una tenue crítica a dos estilos en boga. Dijo: “En mi país, hay dos estilos, el rap y el hip-hop, en los que tratan muy mal a las damas. A veces, me dan ganas de tirar la guitarra y correrlos”. Para no quedar mal con la muchachada, también reservó un tema para los caballeros: “Rock Me, Baby”. Al final, cuando ya se retiraba del escenario, realizó su habitual entrega de escuditos, y cuando se le acabaron, B.B. King comenzó a arrojar souvenirs con cadenitas símil oro. Eso ocasionó un gran revuelo entre las primeras filas, que se vieron invadidas por hordas de muchachitos desesperados por hacerse de una de ellas. Cuando la cosa comenzó a subir de tono, B.B. King se fue del escenario. La mayoría del público se había ido y todavía quedaba gente revisando las butacas para ver si había quedado algo tirado en el piso. ¿Habrán creído que era oro de verdad?

Fuente: http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=40591